¿Por qué no puedo tomar decisiones?

Una chica de perfil mirando hacía la luz que entra por una ventana

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Te has preguntado alguna vez, «¿por qué no puedo tomar decisiones?» ¿Cuántas veces has sentido que querías dos cosas opuestas a la vez? ¿O que querías hacer algo pero «debías» hacer otra cosa y no sabías como elegir? ¿El deber o el placer? ¿Has tenido diálogos interminables contigo mismo/a en los que evaluabas todas las opciones para decidir? Parece que… pero por otro lado… ¡Parece que tenemos doble, triple o cuádruple personalidad! Tomar una decisión a veces se nos hace un mundo. Más abajo encontrarás algunas claves para entender por qué no puedes tomar decisiones y aprender a hacerlo.

No puedo tomar una decisión, ¿por qué?

Tranquilo/a, no te estas volviendo loco/a (aunque así lo sentimos cuando nos pasa). Esto que vivimos dentro de nosotros como conflictos internos, en realidad son partes de nosotros queriendo cosas diferentes. Partes, si, partes. Desde hace tiempo, en la psicología se ha dejado de pensar que la personalidad era un bloque compacto y rígido, sino que nuestra forma de ser se compone de diferentes partes o «roles internos» que hemos ido interiorizando en nuestra vida para adaptarnos a diferentes situaciones. 

¿Nunca os habéis preguntado cómo tal o cual persona (o incluso yo mismo/a) podía tener facetas o caras tan diferentes? Diferentes contextos sacan de nosotros diferentes formas de actuar, de hablar, incluso diferentes gestos o tono de voz. Podemos mirar diferente, tener una expresión corporal y postura diferente. Es tan nuestro el tono autoritario y cruel que usamos en casa como la sumisión que experimentamos y actuamos en el trabajo. Ambas (sin que nadie se dé por aludido, es un ejemplo extremo) pueden convivir en una misma persona. 

¿Alguna vez te has propuesto hacer dieta, ejercicio, comenzar a visitar más a tu madre… y no has podido hacerlo? No es que no quieras, es que una parte de ti quiere, pero hay otra que no, está cómoda en el confort de lo que conoce.

Existen partes autoritarias, críticas, cuidadoras, mandonas, tiranas… Pero también partes infantiles, que se pillan unas rabietas… que se encaprichan de cosas, que se ponen envidiosas o celosas, aunque también estas mismas partes infantiles pueden ser juguetonas, risueñas, disfrutonas. Podemos detectar estas partes infantiles cuando emocionalmente reaccionamos de una forma y luego pensamos «madre mía, ¿por qué he reaccionado así? ¿qué me ha pasado?». En este caso una parte más adulta se ha dado cuenta que quizás he tenido una reacción desproporcionada, infantil o innecesaria.

¿Y cómo es posible esto? A lo largo de nuestra vida hemos ido integrando distintos aprendizajes. Aprendizajes de cómo éramos, cómo debíamos ser, cómo nos querían, como obteníamos amor y cariño, que cosas debíamos o no debíamos hacer… Esto está genial (casi siempre), el problema viene cuando las circunstancias de fuera cambian, pero estos aprendizajes no cambian con ellas, se quedan congelados en la época en la que los aprendimos. Nos «tragamos» todo lo que se nos cuenta antes de desarrollar el pensamiento crítico y la introspección. Si nos dicen que somos feos/as, guapos/as, listos/as, que podemos con todo, que somos unos/as inútiles. Y no solo lo que nos dicen, lo que nos hacen y lo que vivimos. 

Volviendo a lo que nos ocupa, tenemos una parte de ti a grito «pelao» con una opción y la otra con otra. Cada una tiene sus necesidades, sus preferencias e incluso su forma de tratarte (¿te suena?, la de «eres un/a… si no haces esto»). ¿Qué podemos hacer con esto? 

¿Cómo tomar decisiones difíciles? 

Tomar conciencia de donde vienen realmente estas opciones.

Como hemos dicho antes, estas partes pueden estar totalmente desactualizadas, proceder de otra época de nuestra vida (cuando actúo desproporcionadamente, cuando actúo de forma infantil, cuando algo no tan grande me duele de forma inmensa…). Todo esto quiere decir que quizás estemos tocando heridas antiguas. Pueden ser la forma que aprendimos de vivir y sobrevivir en el mundo pero que ahora me hace daño (por ejemplo, explosiones de ira en casa para que me hagan caso… con 40 años, porque antes era así como me escuchaban).

También puede ser que esa parte no sea nuestra. ¡Anda que no nos hemos «tragado» mandatos sociales, familiares, culturales…! ¿Anda que no nos han metido normas a «punta pala»! Mis favoritas son las que nos dicen como ser «buenos/as» o como «encajar». Y ahora entendemos el «debería». Eso que «deberíamos» no es más que algo que nos han enseñado a gusto de quien lo hizo.

A veces, solo con identificar que esta parte no es mía, es de mi madre/padre/abuelo/ profesora… (Por ejemplo, quiero estudiar arte, pero en mi familia todos son abogados y esperan que yo lo sea) o que esta parte es un/a niño/a muy dolido/a que pide amor de forma muy disfuncional (Por ejemplo, sé que mi pareja está en un cumpleaños y quiero respetar su espacio pero no puedo dejar de pensar que si no está conmigo no me quiere) o que tiene miedo a no ser suficiente (por ejemplo, estoy agotada y angustiada, pero tengo que seguir estudiando porque si no, no seré suficiente), se te quitan todas las ganas de seguir ese camino.

Otras veces, sigue siendo difícil apartarlas y seguir el camino de lo que verdaderamente somos hoy o queremos ser y no lo que fuimos ni lo que «nos tragamos» de los demás. 

Entonces seguimos: 

Ponerlas a dialogar.

Una estrategia para resolver el conflicto entre dos personas es sentarse y dialogar, que cada una exprese lo que siente, lo que quiere, lo que necesita, para qué lo necesita, hablando desde el corazón. Cuando nos hablamos así nos entendemos mejor.

Haz lo mismo con tus dos opiniones/caminos/opciones/decisiones. Puedes usar un papel para escribir por cada una de ellas Tú serás quién tenga que darles voz. O, si eres más artístico/a, puedes representarlas a cada una, con voz, con cuerpo. Puedes hablar contigo mismo/a cambiando de asiento o de ubicación para cada parte. La cuestión es que pueda expresarse cada una de ellas y que tú como adulto/a veas lo que ocurre y puedas decidir como TÚ y como ADULTO. En este proceso, también te puedes dar cuenta si alguna de las parte suena a alguien que no seas tú o a un/a niño/a pequeño/a.

Sentirte en cada una de ellas.

Algo que también puedes hacer es sentir cómo sería para ti tomar cada una de las opciones. Nos han enseñado a hacer pros y contras de nuestras decisiones. Esto puede ser lo más rápido y útil en muchas ocasiones. Pero también puede ser una trampa. Muchas veces los pros y los contras forman parte de estas ideas que nos hemos «tragado» y que no nos nuestras. Pueden ser demasiado racionales y empujarnos a hacer aquello que «deberíamos» hacer.

Prueba algo diferente. Déjate sentir lo que conlleva para ti cada una de las opciones. Quizás tengas que decidir si coger un trabajo muy bien remunerado en un país extranjero muy fructífero. ¿Cómo no lo vas a aceptar? Mejora económica, mejora laboral… Déjate sentir cómo sería estar allí. Quizás sentirías tristeza, por tu casa, tu familia, tus amigos. Quizás no te sientes cómodo/a con el idioma. ¿Por qué, entonces, vas a hacerlo?. Si te tomas un momento para imaginarte allí , con todo lo que conoces de ti verás que eso no es lo que quieres, al margen de todos los pros (sociales) que puede haber.

Aun así, hay veces que con todo esto, no podemos evitar decidir algo que ya hemos vivido que no es lo mejor o que sabemos que no nos viene bien. Para ello:

Ser consecuente con tu decisión.

Al tomar una decisión, algo que libera enormemente y deja sensación de paz interior es sentir que, aunque siga sin convencerte, aunque anhelas la otra y querrías poder tomarla, eres capaz de aceptar que has tomado la decisión que en ese momento podrías tomar.

Hoy, con la información y la «libertad» que tienes, solo podías decidir eso. Quizás mañana, si puedes liberarte de estas ideas desactualizadas o de lo que te «has tragado» de otros, puedas decidir otra cosa. 

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